lunes, 4 de junio de 2012

Bernad Nathanson

¿Qué puede llevar a un poderoso y reconocido médico abortista a convertirse en un fuerte defensor de la vida y abrazar las enseñanzas de Jesucristo?
¿Pudo más el peso de su conciencia por la muerte de 60 mil no nacidos o quizás las muchas oraciones de todos aquellos que rogaron incansablemente por su conversión?
Según Bernard Nathanson, el popular "rey del aborto", su conversión al catolicismo resultaría inconcebible sin las plegarias que muchas personas elevaron a Dios pidiendo por él. "Estoy totalmente convencido de que sus oraciones fueron escuchadas por Él", indicó emocionado Nathanson el día en que el Arzobispo de Nueva York, el fallecido Cardenal O´Connor, lo bautizó".
Hijo de un prestigioso médico judío especializado en ginecología, el Dr. Joey Nathanson, a quien el ambiente escéptico y liberal de la universidad hizo abdicar de su fe, Nathanson creció en un hogar sin fe y sin amor, donde imperaba demasiada malicia, conflictos y odio.
Profesional y personalmente Bernard Nathanson siguió durante buena parte de su vida los pasos de su padre. Estudió medicina en la Universidad de McGill (Montreal), y en 1945 se enamoró de Ruth, una joven y guapa judía con quienes hicieron planes de matrimonio. La joven, sin embargo, quedó embarazada y cuando Bernard le escribió a su padre para consultarle la posibilidad de contraer matrimonio, éste le envió cinco billetes de 100 dólares junto con la recomendación de que eligiese entre abortar o ir a los Estados Unidos para casarse, poniendo en riesgo su brillante carrera como médico que le esperaba.
Bernard puso su carrera por delante y convenció a Ruth de que abortase. No la acompañó a la intervención abortiva y Ruth volvió sola a casa, en un taxi, con una fuerte hemorragia, estando a punto de perder la vida. Al recuperarse -casi milagrosamente- ambos terminaron su relación. "Ese fue el primero de mis 75.000 encuentros con el aborto, me sirvió de excursión iniciadora al satánico mundo del aborto", confesó el Dr. Nathanson.
Luego de graduarse, Bernard inició su residencia en un hospital judío. Después pasó al Hospital de Mujeres de Nueva York donde sufrió personalmente la violencia del antisemitismo, y entró en contacto con el mundo del aborto clandestino. Para entonces ya había contraído matrimonio con una joven judía, tan superficial como él, según confesaría, con la cual permaneció unido cerca de cuatro años y medio. En esas circunstancias Nathanson conoció Larry Lader, un médico a quien sólo le obsesionaba la idea de conseguir que la ley permitiese el aborto libre y barato. Para ello fundó, en 1969, la "Liga de Acción Nacional por el Derecho al Aborto", una asociación que intentaba culpabilizar a la Iglesia de cada muerte que se producía en los abortos clandestinos.
Pero fue en 1971 cuando Nathanson se involucró directamente en la práctica de abortos. Las primeras clínicas abortistas de Nueva York comenzaban a explotar el negocio de la muerte programada, y en muchos casos su personal carecía de licencia del Estado o de garantías mínimas de seguridad. Tal fue el caso de la dirigida por el Dr. Harvey. Las autoridades estaban a punto de cerrar esta clínica cuando alguien sugirió que Nathanson podría ocuparse de su dirección y funcionamiento. Se daba la paradoja increíble de que, mientras estuvo al frente de aquella clínica, en aquel lugar existía también un servicio de ginecología y obstetricia: es decir, se atendían partos normales al mismo tiempo que se practicaban abortos.
Por otra parte, Nathanson desarrollaba una intensa actividad, dictando conferencias, celebrando encuentros con políticos y gobernantes de todo el país, presionándoles para lograr que fuese ampliada la ley del aborto.
"Estaba muy ocupado. Apenas veía a mi familia. Tenía un hijo de pocos años y una mujer, pero casi nunca estaba en casa. Lamento amargamente esos años, aunque sólo sea porque he fracasado en ver a mi hijo crecer. También era un paria en la profesión médica. Se me conocía como el rey del aborto", afirmó.
Durante ese periódo, Nathanson realizó más de 60.000 abortos, pero a finales de 1972, agotado, dimitió de su cargo en la clínica.
"He abortado a los hijos no nacidos de amigos, colegas, conocidos e incluso profesores. Llegué incluso a abortar a mi propio hijo", lloró amargamente el médico, quien explicó que a la mitad de la década de los sesenta "dejó encinta a una mujer que lo quería mucho. (.) Ella quería seguir adelante con el embarazo pero él se negó. Puesto que yo era uno de los expertos en el tema, yo mismo realizaría el aborto, le expliqué. Y así lo hice", precisó.
Sin embargo, a partir de ese suceso las cosas empezaron a cambiar. Dejó la clínica abortista y pasó a ser jefe de obstetricia del Hospital de St. Luke´s. La nueva tecnología, el ultrasonido, hacía su aparición en el ámbito médico. El día en que Nathanson pudo observar el corazón del feto en los monitores electrónicos, comenzó a plantearse por vez primera "qué era lo que estábamos haciendo verdaderamente en la clínica".
Decidió reconocer su error. En la revista médica The New England Journal of Medicine, escribió un artículo sobre su experiencia con los ultrasonidos, reconociendo que en el feto existía vida humana. Incluía declaraciones como la siguiente: "el aborto debe verse como la interrupción de un proceso que de otro modo habría producido un ciudadano del mundo. Negar esta realidad es el más craso tipo de evasión moral".
Aquel artículo provocó una fuerte reacción. Nathanson y su familia recibieron incluso amenazas de muerte, pero la evidencia de que no podía continuar practicando abortos se impuso. Había llegado a la conclusión de que no había nunca razón alguna para abortar: el aborto es un crimen.
Poco tiempo después, un nuevo experimento con los ultrasonidos sirvió de material para un documental que llenó de admiración y horror al mundo. Se titulaba "El grito silencioso", y sucedió en 1984 cuando Nathanson le pidió a un amigo suyo -que practicaba quince o quizás veinte abortos al día- que colocase un aparato de ultrasonidos sobre la madre, grabando la intervención.
"Lo hizo -explica Nathanso- y, cuando vio las cintas conmigo, quedó tan afectado que ya nunca más volvió a realizar un aborto. Las cintas eran asombrosas, aunque no de muy buena calidad. Seleccioné la mejor y empecé a proyectarla en mis encuentros provida por todo el país".

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